PRODUCCIÓN DE LOS GRUPOS INDÍGENAS
La base económica para la reproducción de las comunidades indígenas está constituida por una extensión territorial destinada de manera fundamental a la producción de maíz, frijol, calabaza y chile. Estos territorios están divididos en tantas parcelas como familias nucleares integran la comunidad. El uso de las parcelas es vigente en tanto las cultivan y pierden el derecho si las dejan de trabajar durante un lapso (entre dos y cuatro años); en el caso de las parcelas irrigadas el período de tiempo es más corto. El trabajo invertido, no su posesión, es lo que faculta su uso.
No obstante la introducción de formas capitalistas en las regiones indígenas, como son la propiedad privada de la tierra y el intercambio de mercancías por su valor de cambio, la comunidad agraria permanece como el patrón clásico de producción en gran parte de los pueblos indígenas de México. La tierra se considera un bien material y sagrado. El cultivo de la parcela (milpa), que en promedio tiene una extensión de 3 a 5 hectáreas, es el pilar que mantiene la cohesión de los parientes y las familias extensas agrupadas en torno a la comunidad; y es el medio de reproducción social y económica que les permite alcanzar seguridad individual, cohesión grupal y continuidad cultural
La mayoría de los pueblos indígenas cuentan con cultivos comerciales, orientados al mercado, como el cafeto, la caña de azúcar, el trigo, el tabaco, la vainilla, el cacao y los cítricos, entre otros. Cada vez más hay un incremento de esta actividad productiva en las áreas rurales indígenas. El primer nivel de distribución de los productos se da en las comunidades y sus regiones y el segundo, en los mercados estatales y nacional.
El consumo proviene principalmente de sus parcelas y de la ganadería menor, así como del entorno de la vivienda: fruticultura y horticultura. Los productos adicionales se obtienen del intercambio en el mercado regional. La diversidad de lo que se produce es enorme: en cinco áreas ecológicas de la zona totonaca en Veracruz, por ejemplo, se detectaron 60 especies, y en el traspatio de las comunidades chontales de Tabasco pudieron observarse 285; lo mismo ocurrió en la Huasteca, en donde se hallaron 185 especies, de las cuales 82 son medicinales.
El cultivo y la cosecha de traspatio, realizados en los jardines familiares, son universalmente considerados una responsabilidad de las mujeres. Todos los productos que obtienen de estas labores agrícolas domésticas se colocan en los mercados locales y regionales, constituyendo un importante recurso en dinero para el complemento de la vida familiar.
Dependiendo de las regiones, la pesca y la caza son también fuentes de ingresos para los indígenas, como en el caso de Campeche, actividades que contribuyen a elevar los recursos monetarios de las unidades domésticas, por lo menos en la mayoría de los municipios mayas. De la misma manera, el manejo y la protección de las plantas que proceden de los bosques están vinculados al consumo o a la venta para tener más ingresos familiares, que se adicionan a la captura de la fauna silvestre.
Las tecnologías agropecuarias y artesanales son esencialmente simples; no obstante, en las últimas décadas los indígenas han incorporado a su cultura agrícola el uso de maquinaria, de fertilizantes y otros insumos, cuyos costos tienen que pagar con los excedentes de su producción.
No obstante la introducción de formas capitalistas en las regiones indígenas, como son la propiedad privada de la tierra y el intercambio de mercancías por su valor de cambio, la comunidad agraria permanece como el patrón clásico de producción en gran parte de los pueblos indígenas de México. La tierra se considera un bien material y sagrado. El cultivo de la parcela (milpa), que en promedio tiene una extensión de 3 a 5 hectáreas, es el pilar que mantiene la cohesión de los parientes y las familias extensas agrupadas en torno a la comunidad; y es el medio de reproducción social y económica que les permite alcanzar seguridad individual, cohesión grupal y continuidad cultural
La mayoría de los pueblos indígenas cuentan con cultivos comerciales, orientados al mercado, como el cafeto, la caña de azúcar, el trigo, el tabaco, la vainilla, el cacao y los cítricos, entre otros. Cada vez más hay un incremento de esta actividad productiva en las áreas rurales indígenas. El primer nivel de distribución de los productos se da en las comunidades y sus regiones y el segundo, en los mercados estatales y nacional.
El consumo proviene principalmente de sus parcelas y de la ganadería menor, así como del entorno de la vivienda: fruticultura y horticultura. Los productos adicionales se obtienen del intercambio en el mercado regional. La diversidad de lo que se produce es enorme: en cinco áreas ecológicas de la zona totonaca en Veracruz, por ejemplo, se detectaron 60 especies, y en el traspatio de las comunidades chontales de Tabasco pudieron observarse 285; lo mismo ocurrió en la Huasteca, en donde se hallaron 185 especies, de las cuales 82 son medicinales.
El cultivo y la cosecha de traspatio, realizados en los jardines familiares, son universalmente considerados una responsabilidad de las mujeres. Todos los productos que obtienen de estas labores agrícolas domésticas se colocan en los mercados locales y regionales, constituyendo un importante recurso en dinero para el complemento de la vida familiar.
Dependiendo de las regiones, la pesca y la caza son también fuentes de ingresos para los indígenas, como en el caso de Campeche, actividades que contribuyen a elevar los recursos monetarios de las unidades domésticas, por lo menos en la mayoría de los municipios mayas. De la misma manera, el manejo y la protección de las plantas que proceden de los bosques están vinculados al consumo o a la venta para tener más ingresos familiares, que se adicionan a la captura de la fauna silvestre.
Las tecnologías agropecuarias y artesanales son esencialmente simples; no obstante, en las últimas décadas los indígenas han incorporado a su cultura agrícola el uso de maquinaria, de fertilizantes y otros insumos, cuyos costos tienen que pagar con los excedentes de su producción.
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